Ya falta menos. Dentro de unos cuantos meses será nuestro día: el de mi chico, resignado a casarse con una pesada loca por las bodas, y el mío, que llevo soñando con ello toda mi vida.
Siempre quise casarme, bueno, no sólo casarme: encontrar al hombre de mi vida y celebrar por todo lo alto con él que queríamos compartir nuestra vida juntos. Reunir a todos nuestros seres queridos, familia y amigos, para brindar, reír, comer, bailar y disfrutar, y por supuesto, vestirme de blanco y recorrer el pasillo del brazo de mi padre, y ver a mi madre y a mi hermana preciosas, y bailar el vals con mi abuelo y agradecer uno a uno a todos los invitados que formen parte de nuestras vidas, y que mi bebé nos lleve los anillos con su coronita de flores y que mi tierrina asturiana fuera testigo de ello.
Pero cuando encontré al hombre de mi vida, resultó ser la persona en el mundo que más odia las bodas, el que siempre las critica, el que siempre dijo que él nunca se casaría o que si lo hacía sería los dos solos, echando una firma en un juzgado (madre del amor, y yo soñando con un fiestón hasta las tantas, una larga cola y nuestra peque con un vestido de tul y una coronita de flores); pero también resultó, que por una de esas maravillas que tiene la vida, me quiere, -aunque me consta que también lo hace por «no aguantarme», o precisamente, por eso, porque me aguanta-, y ahora me va a regalar el que espero sea el mejor día de nuestras vidas.
Así que en este blog quiero compartir toda mi fascinación por el mundo de las bodas, las cosas que voy descubriendo con la organización de la mía y la inspiración que encuentre para celebrarla.
Pero para ello prometo serle fiel y respetar su espacio, su esfuerzo y sus gustos en la boda.
Y prometo también ser fiel en este blog a lo que a mí me gusta, me inspira y me encanta.
¡Empezamos!